Todos tenemos claro que la situación que hemos vivido ha sido algo excepcional, que en ningún forecast se podía ver reflejado, que estos meses, además del drama vivido a nivel mundial, en el tema económico y particularmente turístico ha sido catastrófico. Hemos visto hoteles que no se habían cerrado nunca, y hemos pasado a ver todos cerrados y los que mantenían sus puertas abiertas era porque estaban medicalizados. Una auténtica pena.
Pero de nada sirve los lamentos y lloros. Debemos sacar fuerzas, pensar, pensar y pensar. Seguir trabajando y conseguir ver que necesitan nuestros clientes, que demandan. Tras estos meses de trabajo, de más estrés de lo habitual, de ver a los huéspedes llegar al hotel y no saber que tocar, que hacer, donde colocarse,… Se les veía como si fuera la primera vez que visitaran un alojamiento o la primera vez que hicieran turismo. Clientes que se les olvida la mascarilla y se avergüenzan por ello, o se tapan la boca con la mano y volver corriendo a por ella. El lío de los aforos. Por suerte, en mi caso, hemos tenido una ocupación bastante alta, más que nunca, dicen.
Y después del arduo trabajo, porque estos dos meses (julio y agosto) han sido muy duros, después de tres PCRs negativas necesitamos unas vacaciones. Pero, ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Para qué? Mis vacaciones estarán divididas en una semana en septiembre y otra en octubre, y es la primera vez en mi vida que no tengo destino, no sé lo que haré y la verdad, me siento más segura trabajando. Tengo el síndrome de Estocolmo.
Tenemos que aprender de nuestros clientes, hoy un cliente me ha dado un subidón de alegría, adrenalina, positivismo y visión de luz al final del túnel, ha sido gracias a un cliente que ha hecho una reserva del 4 al 7 de… diciembre!!!
Con poquita cosa nos conformamos ya...